Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

jueves, 25 de julio de 2013

Arqueólogos y arquitectos

Hoy estaba nublado cuando llegamos a la playa. Sonia y yo queríamos dar un paseo. Hector no, claro. A él le debe resultar incomprensible esa manía que tienen sus padres de ponerse a andar en lugar de jugar con la arena o nadar en el agua. Una pérdida de tiempo. Se conforma cuando le decimos que vamos a recoger conchas. Ah, vale. Ahora el paseo tiene un propósito. Y se lo toma en serio. Empieza con pequeñas conchas y al poco amplía la recolección a piedras de diverso tamaño, una pluma de gaviota e incluso, de no habérselo prohibido, un pajarillo muerto. En cambio no se siente atraido por los desperdicios humanos: pasa de colillas, papelitos o bolsas de plástico (también es cierto que hoy se veía menos basura que otros días). Así dimos un señor paseo y regresamos a la sombrilla con el cubo cargado de tesoros, acalorados (las nubes se habían dispersado) y deseando darnos un buen baño.

Sentado bajo la sombrilla, observo jugar a Héctor. Enseguida se deshizo de la pluma, lanzándola lejos. Clasificó los objetos en tres grupos: conchas, piedras de pizarra, resto de piedras. Se quedó con las piedras de pizarra y las ordenó en fila según diversos criterios, alguno obvio (por tamaño) pero la mayoría no. Siguió haciendo combinaciones con las piedras hasta que las apiló una encima de otra para después tumbar la torre. Entonces, cuando parecía que las piedras ya no daban más de sí, seleccionó una de ellas (creo que la más grande) y la enterró un par de metros más allá. Marcó el lugar con una señal y fue a por su pala. Y así se entretuvo unos minutos más: enterrando y desenterrando la piedra. Parece un arqueólogo, pensé.


A arqueólogos o a arquitectos. A eso juegan los niños en la playa. Los hay que prefieren construir intrincadas fortalezas (arquitectos) y los hay que prefieren cavar agujeros o buscar y clasificar objetos (arqueólogos). Pienso en mi infancia y creo que fui más arqueólogo que arquitecto, más de cavar que de levantar, antes espeleólogo que escalador, más de viajar al centro de la tierra que a la luna, mejor bucear que volar.
- ¿En qué piensas? - pregunta Sonia.
- En nada.

Supuse que arquitectura y arqueología eran palabras con la misma raíz, algo relacionado con la tierra. Pero me equivoqué. Según la wikipedia, el término "arquitectura" proviene del griego αρχ (arch, cuyo significado es ‘jefe’, ‘quien tiene el mando’), y τεκτων (tekton, es decir, ‘constructor’ o ‘carpintero’). "Arqueología" viene del griego «ἀρχαίος» archaios, viejo o antiguo, y «λόγος» logos, ciencia o estudio. No hay significado oculto. Las palabras se parecen por casualidad.

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domingo, 21 de julio de 2013

Nothing compares to her


Es raro encontrar a alguien de mi generación que no sepa quién es Sinead O´Connor. Ese gran reconocimiento contrasta con lo poco que se sabe de ella. Apenas dos cosas: que es la intérprete de una canción que ya en su día me parecía empalagosa (el vídeo es un icono de finales de los ochenta) y que es un poco excéntrica, por decirlo suavemente (pocos olvidan su actuación en Saturday night live, cuando rompió en directo una fotografía de Juan Pablo II). Así que no sabíamos qué esperar del concierto de anoche. Las canciones de su último disco, How About I Be Me (And You Be You?, no están mal. La más pegadiza es una alegre composición con aires Hare Krishna que bien podría haber firmado Sir Paul (así llamamos familiarmente a Paul McCartney).


Con estos antecedentes no me sorprendió demasiado cuando apareció en el escenario vestida de negro con alzacuellos y un gran cruzifijo colgado del cuello, como un clérigo protestante. Aunque lo que de verdad parecía era una camisa parda, una cabeza rapada en el peor significado del término. Esas gafas negras, esa agresividad airada con la que cantaba, incluso las canciones supuestamente alegres (tuvo palabras de agradecimiento para Van Morrison. Por la forma en que las pronunciaba cualquiera diría que lo que deseaba era propinarle un puñetazo). No había manera de conectar el recuerdo de aquella chica guapa y dulce con el presente punk-fascista que tenía ante mis ojos. Mayor aún era la disonancia entre lo que estaba escuchando (una estupenda voz femenina acompañada por una buena banda) y lo que estaba viendo.


Daba un poco de pena. Es la misma agresividad que encuentras en algunos adolescentes inadaptados. Una agresividad que nace del sufrimiento. Dedicó una canción a su hija (nunca habría imaginado que tuviera hijos) y a partir de ahí empezó a relajarse un poco. Cantó a capela In this heart, transportándonos a una iglesia de un recóndito pueblo irlandés. La audiencia estaba entregada, especialmente la colonia extranjera. "We love you". Eso pareció terminar de tranquilizarla. Incluso se permitió bromear con los que la interpelaban entre canción y canción.

- Show us your beautiful eyes.
- Do you want to see my ass? (dandose la vuelta y amagando con bajarse los pantalones). I wear sunglasses because I´m very shy. Besides, my eyes can´t sing.... My ass can.

Estaba claro que Sinead O´Connor era otra. El resto del concierto no tuvo asomo de agresividad. Se la veía contenta, sonriendo al presentar a la banda, introduciendo al público cada canción (cosa que no había hecho en el inicio, cuando parecía cantar para un muro que la oprimía). La primera parte del concierto duró sesenta minutos exactos.

Tras la pequeña pausa de rigor, la cantante se presentó sin banda y sin gafas. Acompañada únicamente de su guitarra nos informa (casi disculpándose) que va a cantar unos temas de su album favorito: Theology. Fueron tres canciones o, mejor dicho, tres oraciones. La melodía no era gran cosa, pero la interpretación fue emocionante. La última canción del concierto, sin guitarra, con los brazos extendidos, mirando al cielo, la dedicó a las personas que están esperando un hijo.


Good night. Sweet dreams - se despidió. En ese momento parecía feliz. Yo no sabía si acababa de asistir a un concierto memorable o a una terapia musical.

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sábado, 13 de julio de 2013

¿A quién se lo agradezco?

Hace unos días me enteré de cómo se llamaba uno de los socios fundadores de la librería ocho y medio. Muere Jesús Robles, librero de cine - titulaba el periódico. Veo la foto que acompaña la noticia y sí, me suena su cara, aunque creo que nunca me atendió.


Recuerdo perfectamente el momento en que me enteré de la existencia de ocho y medio. Fue hace diez años (¡madre mía!), en el caluroso mes de junio de 2003. Me llamaron de la Delegación de Educación de Guadalajara para hacer una sustitución en un instituto de Azuqueca de Henares. Tomé posesión el día 2 de junio cuando todo el trabajo está prácticamente hecho (anda que hoy en día, con la crisis, van a mandar a un sustituto en esas fechas). Tenía mucho tiempo libre y pasaba casi todas las tardes  y fines de semana en Madrid, como un turista al que encima le pagan dinero. Fue un mes de descubrimientos: el botánico, PhotoEspaña, la Feria del libro... Fue en la Feria donde supe de ocho y medio. La primera vez que fui a la Feria me paré en cada uno de sus estands. Aquello parecía el milagro del pan y los peces pero con libros. Libros y más libros. Aunque, a decir verdad, pocas sorpresas (si descontamos el respingo que di cuando vi a Blas Piñar detrás de un mostrador dispuesto a firmar no se qué panfleto). Hasta que llegué a un estand repleto de libros de cine, muchos en inglés. Librería ocho y medio. ¿Existe una librería especializada en libros de cine? Sí. ¿Dónde se encuentra? Aquí en Madrid, en la calle Martín de los Heros.


Tuve que buscar en el plano dónde estaba Martín de los Heros (Sí señores, hace diez años yo me movía por Madrid con un plano callejero, la prehistoria tecnológica). Quién me hubiera dicho que no iba a olvidar el nombre de esa calle. Yo, que tengo una fastidiosa facilidad para olvidar nombres. Fueron tantas visitas, tantos paseos. Primero solo, luego con Sonia. No sólo la librería: los cines, la plaza de España...

He leído todo lo que se ha publicado sobre Jesús Robles a raíz de su muerte. Así me he enterado, por ejemplo, de que hacía años que ya no tenían estand en la Feria del libro: ¿Debemos los libreros y editores acercarnos al encuentro de los lectores (queda fatal decir clientes, el mundo del libro esta lleno de eufemismos)? ¿No sería mejor que en lugar de esta especie de peregrinación anual al Rocío ( a veces el calor del Retiro le  convierte en polvorientos caminos), centráramos nuestros esfuerzos en que la gente descubriera nuestras librerías?  ¿La librería de su barrio, de su ciudad? ¿No sería mejor que descubrieran la comodidad y el placer de pasar un rato, en un lugar climatizado, sin  la megafonía anunciando firmas como un mantra, escogiendo un libro, sentándose a hojearlo, sin nadie te moleste? ¿Poder escoger en vez de una selección  que tienes que hacer entrar en una caseta de 4x 2 metros,  metros y metros de estantería, agradablemente clasificados, por temas, alfabéticamente, y en un número infinitamente mayor?


Me hubiera gustado felicitar a Jesús Robles porque no he conocido ninguna librería tan acogedora y en la que fuera tan agradable pasar un rato como la suya. Ninguna con tanto gusto para decorar el escaparate y el interior. Era un placer entrar aunque fuera sólo cinco minutos mientras hacías tiempo para que empezara la película en alguno de los cines de alrededor.  Me habría gustado decirle que utilizamos una de las pegatinas con el logotipo de la librería para distinguir nuestra maleta. En definitiva, me habría gustado agradecerle el esfuerzo por sacar adelante un espacio que hacía la vida más agradable a los que pasábamos por allí.

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Cada vez soy más consciente de que la comodidad del mundo en el que vivo se debe al trabajo de mucha gente. Alguna conocida, la mayoría no. A muchos les puedes dar las gracias, a otros tantos no. Antes pensaba que el agradecimiento al trabajo estaba en el salario. Si un médico me curaba, era su obligación. Para eso le pagan. Últimamente siento que debo agradecer tantas cosas y a tanta gente que no doy abasto. Por ejemplo a la segunda persona por la derecha de la siguiente foto:


Ese señor, cuyo nombre desconozco (y que me temo no aparecerá en la prensa cuando fallezca), es el responsable del Festival de Jazz de San Javier. Desde hace seis veranos, lo veo coger el micrófono y anunciar los conciertos de la noche. Recuerdo sus palabras en al primer concierto de la edición del año pasado: Buenas noches, queridos amigos, bienvenidos un año más al Festival Internacional de Jazz de San Javier. Este año, a pesar de la que está cayendo, a pesar de los temores sobre el futuro del festival, hemos reunido un gran cartel... La crisis se está llevando muchas cosas por delante pero no el Festival de Jazz de San Javier.


Tras la presentación el hombre sale discretamente del backstage y se sienta junto a su familia para disfrutar del concierto. El miércoles estaba entusiasmado con John Pizzarelli. Esta persona disfruta con la música que nos ofrece. Está claro que es el alma mater del festival, el apasionado del jazz que un día fue capaz de liar a unos y a otros para montar un festival de altísima calidad en una pequeña localidad murciana. Gracias a él hemos escuchado en directo a Keb Mo, John Hiatt, Dana Fuchs, Luis Salinas, Wynton Marsalis (dos veces), Madeleine Peyroux, Marcus Miller, Ann Hampton Callaway y Asleep at the Wheel entre otros. Poco a poco se va educando el oido y, aparte de los buenos ratos que pasamos en los conciertos, voy ampliando mis horizontes musicales. Todo ello a un precio de risa. La entrada para el doble concierto de este miércoles (Jon Batiste y John Pizzarelli) costaba quince euros.

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Pero si hay alguien a quien debo eterno agradecimiento por horas y horas de disfrute, desde hace más de diez años, y especialmente en una época en la que atravesé alguna dificultad, es a la persona responsable de que la Filmoteca de Andalucía se estableciera en Córdoba (y no en Sevilla, como casi todos los organismos públicos dependientes de la Junta. O en Málaga o en Granada, donde caen más migajas que aquí, la única capital andaluza que nunca ha sido gobernada por el partido que ostenta el poder regional desde siempre). Recientemente la Filmoteca ha abierto salas de proyección en Granada, Almería y Sevilla. Pero en Córdoba llevamos veinte años de filmoteca y que nos quiten lo bailao.

Ciclos de cine coreano, polaco, alemán (ay, qué dolor de cabeza), mexicano, holandés, israelí, marroquí... Sam Peckinpah, Godard, Truffaut, Ford, Buñuel completo, Lubitch... El viaje de Shihiro, Together, Karakter, Nanuck, el esquimal, El buscavidas, América, América, el ciclo de películas mudas con música de piano en directo, The iron horse... Dogma 95, los viernes estreno, Michael Winterbottom, Amores perros, Senderos de gloria y muchas, muchas más. Todo en versión original, of course. Alguna semana hubo en la que fui a la filmoteca todos los días (de lunes a viernes, entonces no proyectaban películas los sábados). Solo casi siempre. Con Johanna alguna vez, con mi madre más veces y en los últimos años con Sonia (el ciclo de Sam Peckpinpah nos lo pimplamos los dos). El precio de la entrada no ha subido desde la primera vez que entré: 150 pesetas (ahora 90 céntimos de euro). El bono de diez entradas costaba mil pesetas (ahora seis euros). ¿A quién le agradezco todo eso?