Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

lunes, 23 de julio de 2012

Automatismo

Me quedé de piedra cuando me di cuenta de lo que había hecho. Estaba en la cama, tumbado, leyendo un ensayo escrito por Bruno Bettelheim. Es un libro de pasta blanda y formato pequeño. Una edición de bolsillo con letra diminuta en exceso.

Absorto en la lectura, voy recorriendo las líneas del texto a golpes de vista hasta llegar al final de la página. En ese momento acerco el dedo índice de la mano derecha y pulso la página levemente. No ocurre nada y es entonces cuando me doy cuenta de lo que ha pasado. Y no me lo puedo creer.

Sólo he leido tres novelas y un ensayo en el libro electrónico desde que me lo regalaron en el mes de febrero. Tanto las novelas como el ensayo eran de poca extensión. ¿Cómo es posible que con tan escasa experiencia mi cerebro haya automatizado de tal manera el nuevo mecanismo de lectura? Centenares de libros leidos, treinta años pasando la hoja de papel y, tras apenas una semana de uso intensivo del libro electrónico, el cerebro intenta reproducir el nuevo mecanismo de lectura en un libro de los de toda la vida. No lo hubiera podido creer.


Moraleja: el libro electrónico es comodísimo.

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sábado, 7 de julio de 2012

Ritual en San Javier

Anoche asistimos al concierto inaugural del Festival de Jazz de San Javier. Hace cinco años que acudimos por primera vez al auditorio del Parque Almansa y aquel día establecimos un ritual que repetimos con gusto en cada ocasión.


Para aquel primer concierto salimos de Cartagena con mucho tiempo de antelación, no fuera a ser que llegásemos tarde por no saber encontrar el camino o no tener donde aparcar. Decir mucho tiempo es quedarse corto. En menos de media hora recorrimos en autovía los 25 km que separan Cartagena de San Javier, localizamos el auditorio y dejamos el coche aparcado en una de las decenas de plazas libres que habían en el parking anexo. A dos horas del inicio no estaban abiertas ni las taquillas. Dimos un paseo por los alrededores: chalets y calles anodinas que desembocan en un polígono industrial. No encontramos ni un sitio apetecible para tomar un refresco o un helado y hacer tiempo.
Regresamos al Parque Almansa dispuestos a esperar pacientemente sentados en un banco a la sombra. El recinto seguía vacío, las taquillas cerradas. Nos llamó la atención una pareja que parecía esperar a que abrieran una puerta. Tenían toda la pinta de ser una de tantas parejas jubiladas de extranjeros que tienen una segunda residencia por la zona. Lo llamativo de la situación es que estaban esperando en una puerta situada en la parte posterior del auditorio, no en ninguna de las puertas señalizadas para que entre el público.

No sé si los extranjeros se percataron de nuestra presencia y también nos observaban con disimulo preguntándose qué haría esa pareja de treintañeros españoles sentados en un banco a semejantes horas, como unos novios de hace medio siglo. De repente la puerta ante la que esperaban se abrió, se asomó un chico con ademanes de portero, los señores mostraron su entrada, el chico les dejó pasar y la puerta se cerró nuevamente. Todo ocurrió muy deprisa.

 

¿Eso qué ha sido? Intrigados y aburridos ante la perspectiva de quedarnos media hora más en el banco sin nadie a quien observar, nos acercamos a la puerta misteriosa. Desde el interior llegaba el rumor de pasos y conversaciones en voz baja. Llamamos golpeando la puerta con palma de la mano. Al cabo de unos instantes salió el chico de antes. Le mostramos nuestras entradas al tiempo que preguntamos tímidamente si se podía entrar. No recuerdo que hiciera ningún comentario. Simplemente rasgó las entradas y cerró la puerta tras nosotros.

Entramos en un patio, situado a la derecha del escenario, habilitado como cantina. Había varias mesas y dos barras, una en la que sólo servían bebida y otra con cocina. Las mesas estaban ocupadas por extranjeros, casi todos parejas mayores como la que habíamos visto entrar. Nos quedamos en una de las barras, la que tenía cocina, un poco intimidados, como si nos hubiésemos colado en una fiesta sin invitación. Pero finalmente pudimos disfrutar de un refresco y una cerveza en un lugar apetecible con buena música de fondo.

Al rato notamos que los extranjeros pagaban sus cuentas y se acercaban a la puerta de rejas que separaba la cantina del auditorio, todavía vacío. Hicimos lo propio. Alguien de la organización dio su permiso y entramos en el auditorio antes que el público que accedía por las puertas señalizadas. Pudimos elegir la localidad desde donde mejor presenciar el concierto (excluyendo las reservadas a los abonados e invitados) sin agobios ni prisas.

Desde entonces siempre que vamos a un concierto a San Javier llegamos con media hora de antelación a la apertura de puertas, entramos por nuestro pasadizo secreto a la cantina y esperamos tranquilamente a que nos dejen pasar tomando una cerveza y anticipando la emoción del concierto. Ese es nuestro ritual.


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lunes, 2 de julio de 2012

Una reliquia

Hace poco, no recuerdo dónde ni a cuentas de qué, leí el nombre de Carmen Kurtz. Por el contexto inferí que se trataba del nombre de una escritora, nada más. Carmen Kurtz. Tenía la sensación de que no era la primera vez que oía hablar de ella. ¿Tal vez alguna recomendación de Muñoz Molina? Me quedé intrigado pero no lo suficiente como para acordarme de buscar el nombre en la wikipedia al llegar a casa.

Hoy me ha sorprendido Carmen Kurtz donde menos lo esperaba, en la estantería de la que era mi habitación en casa de mis padres. Ahí estaba el nombre, de eso me sonaba, de tantas veces que mi vista se habrá posado en el lomo de ese libro sin ser demasiado consciente de ello.

Duermen bajo las aguas es el título del libro. Edición del Círculo de Lectores, año 1961. El ejemplar pertenece a mi madre. Lo hojeo con curiosidad, buscando alguna reseña acerca de la autora. Merece la pena que reproduzca íntegramente los tres primeros párrafos:

LA AUTORA Y SU OBRA

Carmen Kurtz es acogedora, sencilla y trabajadora. Tiene una hija y una nieta y es viuda desde hace 5 años. Su origen está en una familia de la alta burguesía barcelonesa. Su padre, un hombre abierto, químico y farmaceútico de profesión, un intelectual. Su madre muere joven y su padre se vuelve a casar. Carmen estudia en el colegio Sagrado Corazón y el colegio Loreto.
Siendo niña todavía sufre una enfermedad larga y no prosigue sus estudios. A los 16 años tiene ya novio y enfoca su vida hacia el matrimonio como cualquier mujer de su ambiente y de su época. Pero no se casa hasta los 23 años. Antes tiene tiempo de pasar un año en Inglaterra y de preparar allí una licenciatura en lengua inglesa. Tiene también tiempo de pasar muchas horas con su padre y de sostener con él largas charlas.
A los 23 años conoce a un alsaciano, Pedro Kurtz, y se casa con él. Kurtz trabaja en una fábrica de cervezas. Van a vivir a Alsacia y tienen una hija. A los cinco años estalla la Segunda Guerra Mundial y él es llamado a filas. Carmen envía a su hija a España y entra a trabajar como secretaria en el consulado español. Por fin, en 1942, liberan a su marido y al año siguiente vienen a España. En 1957 Carmen se separa de su marido, que muere cinco años después.

Con esa muestra es suficiente para hacerse una idea del tipo de información que en 1961 era considerada oportuna para definir a "la autora y su obra". ¿Se imaginan una reseña similar en un libro de Torrente Ballester, Cela, Delibes o cualquier otro escritor varón coetáneo? Miguel Delibes es acogedor, sencillo y trabajador. Tiene un hijo y está casado desde hace 23 años... A los 16 años no pensaba en tener novia porque prefería dar paseos por el campo....


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